La
incompatibilidad formato de archivo-dispositivo-aplicación, es un aspecto muy molesto para
los lectores de e-books. El DRM de los libros electrónicos no
es en esencia una idea nueva. Hay miles de ejemplos. La única
diferencia es que el producto, el objeto, la esencia, no es física.
El
DRM es una aplicación mediante la cual el creador, el vendedor, el
fabricante o el intermediario de un software, indican al comprador
que el producto no está libre de derechos. Es decir, que el hecho de
comprarlo no da derecho a distribuirlo libremente. Da igual el precio
que tenga el producto.
Desde
mi punto de vista, al hablar del DRM hemos de tener en cuenta cinco
aspectos:
La
novatada del DRM es muy molesta
El
DRM no es un sistema para luchar contra la piratería
Los
e-readers y la disociación entre continente y contenido
La
libre circulación de las ideas en formato electrónico
La
identidad del lector pirata
Hablaré
de ellos desde mi corta experiencia, es decir, desde la perspectiva
de una persona que para ser autoeditor tiene que publicar en formato
electrónico y lo hace con Amazon Kindle.
Podría
haber sido mucho más aséptico a la hora escribir este post, no
tratar un tema tan movedizo como lo es el de la responsabilidad del
lector y, dentro de ello, los actos de copia y distribución no
autorizados. Si abordo esto no es porque me crea con el derecho o la
capacidad de dar lecciones, sino porque quiero compartir
algunas reflexiones y oír tu opinión al respecto. De hecho, espero
tu comentario al final de este post.
La novatada del DRM es muy molesta
Si te acabas de comprar o acaban de regalarte un e-reader que no es Kindle, no sabes mucho del tema y te dispones a descargarte un libro desde Amazon, será muy desagradable descubrir que si el archivo lleva DRM, no vas a poder abrirlo de manera instantánea en tu dispositivo. Tendrás la sensación de que te están tomando el pelo. Y con razón.
Nadie
te había dicho que tendrías que descargarte el archivo desde Amazon
a tu ordenador, y con un programa (por ejemplo Calibre), cambiar el
formato nativo de Kindle a otro formato, para por fin
transferir el archivo a tu e-reader y que lo reconozca.
Esto
es muy desagradable. Sobre todo si la informática no es tu fuerte.
Pero ¿quién tiene la culpa, el autor del libro, Amazon, el
fabricante de tu dispositivo, la persona que te lo ha regalado?
En
el caso de las tablets la novatada no es tan grave, porque Amazon te
ofrece un software gratuito que te descargas fácilmente. También para tu PC o
portátil. ¿A quién agradecerle eso, al fabricante de la tablet, a
Amazon, a quien nos regaló la tablet?
El DRM no es un sistema para luchar contra la piratería
En mi opinión no está ideado para eso. Simplemente establece una marca, asocia un archivo a un dispositivo o a una aplicación de lectura. Deja constancia de quién es el productor y cuál es el canal de distribución y consumo del producto.
No
es un sistema para luchar contra la piratería por una cuestión muy
simple: la decisión de piratear es personal e intransferible.
En
el apartado anterior he dicho que un libro con DRM Kindle se puede
cambiar de formato con un programa como Calibre. ¿Es eso piratería?
Bueno, si se trata de que puedas leerlo en tus distintos dispositivos
(e-reader, tablet, PC, portátil, etc), no puede considerarse
piratería bajo ninguna circunstancia. Además, este cambio de
formato puede ser imprescindible para asegurar la conservación de tu
biblioteca virtual.
El
trasfondo, a mi entender, es lo mismo que ocurre por ejemplo con las
licencias de antivirus. Sólo que los antivirus se actualizan o se
cambian.
Si
el problema de base es poder prestarle el libro electrónico a un
amigo, Amazon ofrece esa opción a los usuarios de Kindle. Si. Hay un
límite de dos semanas, pero el préstamo de un archivo Kindle entre
usuarios de dispositivos Kindle se contempla como algo natural. Lo
demás es difícil de definir: ¿guerra entre productores? ¿ceguera
de los usuarios que no les reclamamos una compatibilidad total o
aplicaciones que nos faciliten la lectura de un archivo en formato
nativo de la competencia?. Ahí puede estar es la base.
Como
conclusión, podemos decir que entre cambiar el formato a un archivo
para poder leerlo en todos nuestros dispositivos, o cambiar el
formato para luego distribuirlo de forma no autorizada a tutiplén,
hay una diferencia muy clara. Traspasarla o no sólo depende de la
honestidad de cada persona. Faltaría más.
Los e-readers y la disociación entre continente y contenido
No nos cuesta nada prestar un libro físico. ¿Acaso un e-reader es un objeto de culto? ¿No es una simple herramienta? ¿Dominamos la tecnología o es ella la que nos domina a nosotros? ¿Quién tiene la culpa si no nos fiamos de la persona a la que vamos a prestárselo, Amazon, cualquier otro fabricante, el autor del libro, la persona que nos regaló el dispositivo de lectura?
Yo
no soy ni juez ni verdugo. Sin embargo, las preguntas como estas,
meridianamente claras, están ahí, a la vista de tod@s.
La libre circulación de las ideas en formato electrónico
¿Por qué se distribuye a tutiplén un archivo que quizás se ha comprado a un precio de risa? ¿Por el simple hecho de haber tenido que tomarse la molestia de quitarle el DRM? ¿Porque el precio no se corresponde con la calidad? ¿Porque soy guay y puedo aportar algo al resto de la humanidad?
Yo
también soy lector, y me molesta que se de por hecho que todos los
lectores son piratas. Pero ahora, como autor, también me molesta que
algunos lectores consideren tramposos a los autores que activamos el
DRM en nuestras obras electrónicas. Sobre todo si eso se usa como
excusa para ponerla en descarga gratuita.
No
podemos comparar un libro electrónico con un libro de papel. El de
papel no sólo puedo prestarlo, sino regalarlo. Si lo regalo después
de leerlo, estoy evitando una compra. Sin embargo, la repercusión en
el bolsillo del autor será mínima, porque el libro físico sólo
puede regalarse una vez. Pero, ¿qué ocurre cuando un libro tiene un
precio muy asequible y aún así alguien puede “distribuirlo sin
autorización” a una, a diez, a cien, a mil, o a un millón de
personas?
Ese
es el problema con los libros digitales, con el software en general.
En última instancia, sin embargo, la piedra angular sigue siendo la
misma: la honestidad. No seré yo quién se oponga a la libre
circulación de las ideas, pero sí quien recuerde que detrás de los
contenidos hay alguien que ha dedicado su tiempo y su esfuerzo a
elaborarlos. Y, sobre todo, alguien a quien le gustaría seguir
haciéndolo...
He
leído en algún blog que la relación entre lectores y ventas es de
10 a 1. Es decir, que por cada 10 lectores sólo 1 ha comprado el
libro. La verdad es que no tengo ni idea de si esa relación es una
constante o cambia según la obra. En el fondo me la trae al pairo.
Yo lo que sé es que me niego a hablar de los lectores como si todos
fuéramos unos piratas o todos opináramos lo mismo. Yo también soy
lector, una persona, no un número o un tipo de bandido con mayor
tradición en otros países que en España. En todo caso sería un
bandolero, que tampoco.
Es
cierto que nunca antes me había planteado que un autor quizás tenga
que abandonar la escritura porque debido a la piratería, no llega ni
al salario mínimo. De hecho, cuando sólo era lector y oía decir a
un autor que no seguía publicando e-books porque se hacían copias
ilegales de sus libros, yo pensaba que el “pringao” era tan malo
escribiendo que nadie quería pagar por leer sus obras. Hoy, al
entrar en el mundillo, veo que eso no es así, que cuánto más
conocido eres más se piratean tus libros. No es mi caso, porque no
me conoce ni el tato, pero es evidente que el problema tiene más de
una vertiente.
La identidad del lector pirata
Los humanos somos pillos; un poco cabroncetes incluso. Somos Robin Hood y el Sheriff de Nottinghan al mismo tiempo, aunque preferimos vernos a nosotros mismos como Robines de los bosques.
En
el contexto de los libros electrónicos, cuando hablo del Sheriff de
Nottinghan no pienso en maldad consciente. No. Me refiero a algo
mucho más complejo. Y es que a veces queremos compartir simplemente
porque la cosa nos ha gustado, sin pensar que al hacerlo quizás
estamos perjudicando a alguien.
Las
personas también sentimos a veces la necesidad de compartir
simplemente por oposición a un sistema basado en la propiedad
privada que consideramos injusto. Sin embargo, paradójicamente,
cuando lo que compartimos no es algo que hemos creado nosotros, de
algún modo estamos demostrando que tenemos propiedad sobre ello, es
decir, que en el fondo reproducimos el mismo sistema que criticamos.
La
cosa no acaba ahí. Porque no nos engañemos: ¿sabemos distinguir
entre las necesidades propias y las necesidades impuestas?
La
capacidad de decidir por nosotros mismos se ha visto desplazada, poco
a poco, codazo a codazo, por una compulsiva necesidad de consumir
inculcada desde fuera. Por ejemplo, el marketing nos hace creer que
lo más publicitado es lo mejor. Ahí se demuestra que las personas
tenemos buena voluntad, que si nos la cuelan una y otra vez es
precisamente porque confiamos en que hay alguien con criterio que nos
pone delante de los ojos las cosas que realmente merecen la pena.
La
realidad, sin embargo, es muy distinta. Hay unos canales establecidos
para que nos lleguen las ofertas (televisión, internet, radio,
prensa, revistas, etc.), y los ciudadanos no solemos ser exigentes
con esos canales. No. No somos nada inocentes. Los índices de
audiencia lo demuestran.
Es
evidente que quien meta más pasta en publicidad llegará a un
público más amplio, y por tanto tendrá más ventas potenciales.
Este es el mecanismo imperante, el que hemos establecido entre todos
y todos reproducimos o aspiramos a reproducir nos guste o no, de
manera consciente o inconsciente.
En
mi opinión, humilde, el problema de fondo se refleja en las campañas
de publicidad masiva. No sólo nos crean la necesidad de consumir sin
medida, sino que también nos crean la necesidad de participar en
ellas de manera activa. Si. Los métodos que emplean los publicistas
hacen que el mensaje sustituya al producto.
Es
una pescadilla que se muerde la cola. Las personas necesitamos
continuamente formar parte de algo y los publicistas buscan que nos
identifiquemos con los productos a través de la publicidad que hacen
de ellos. Como resultado, nos acabamos convirtiendo en representantes
del anunciante del producto que consumimos. Si. Así de rebuscado.
Lee la frase hasta entenderla. Merece la pena.
Tod@s
lo hemos hecho alguna vez. Me refiero a hablar bien de un producto no
ya por el producto en sí mismo, sino por una imagen publicitaria con
la que nos hemos identificado y con la que queremos que los demás
nos relacionen. Eso es lo que, en última instancia, nos puede llevar
incluso a sustituir a la marca o al vendedor, a hacernos pasar por él
para, de alguna forma, tener la sensación de que formamos parte de
algo. De algo que, por supuesto, también podemos proyectar al margen de
los canales de distribución del propio producto. Un sistema
paralelo y no una alternativa al sistema o una mejora del mismo.
Si
fuera un producto físico lo haríamos a través del boca a boca, o
simplemente lo luciríamos en público. Pero cuando se trata de
software, pues ya sabemos cuál es el final.
La
publicidad masiva tiene como finalidad llegar al mayor número de
clientes potenciales, algo lógico y lícito. Si la utilizo como
ejemplo es sólo para ilustrar lo que quiero decir, para ejemplificar
lo que ocurre o puede ocurrir a nivel inconsciente en nuestras
cabezas.
Es
muy útil para abordar la cuestión de la identidad de los
ciudadanos. Si. Compra esto y tendrás una experiencia de la ostia
que te hará especial y te distinguirá del resto. Los publicistas
saben que los ciudadanos somos individualistas, de manera que las
campañas están dirigidas a cada persona. Cada persona es un
individuo individual, valga la redundancia. De hecho, en parte, los
grandes vendedores o nos han hecho así, o han potenciado esa parte
tan oscura del ser humano. Luego iremos nosotros pregonando las
bondades y buscando nuevos miembros para nuestra congregación. Es
proselitismo de ida y vuelta. Vacío más vacío que sólo produce
vacío.
La
publicidad también consigue algo muy curioso: que el mensaje
sustituya al producto. Eso pasa hasta tal extremo que los ciudadanos
rara vez pensamos en qué hay detrás de ese producto. ¿Hay
explotación infantil? ¿Hay un esfuerzo enorme por parte de una
persona? ¿Hay deslocalización? Tampoco se habla nunca, faltaría más, de un aspecto que
está a la vista de todos: la publicidad la hace una empresa de
publicidad, es decir, que la publicidad es en si misma un producto
que nosotros también consumimos aunque lo pague otra persona. Pero
el caso es que la paga alguien, es decir, que no es gratis.
¿Cómo se soluciona el debate DRM sí, DRM no?
Hay algo incuestionable: no importa el precio. Los e-books a 89 céntimos de euro que no tienen protección DRM, también son distribuidos al margen de los canales de venta. Por supuesto, quien se lo descarga no siempre es consciente de que está tratando con el Sheriff de Nottingham. Porque esa persona no es un tío enrollado, sino que está ganando dinero a costa del autor del libro.
Cuando
encontramos algo gratis por internet tendemos a pensar que qué buen
rollo hay en el mundo. Sin embargo, muy probablemente, el dueño de
la página web donde encontramos el enlace ha pagado a alguien por
ese enlace.
Es
muy fácil de entender. El administrador de la web vive de la
publicidad que nos mete por los ojos cuando entramos en el sitio.
Paga por los enlaces y los utiliza como reclamo. Es un circulo
vicioso. Los usuarios creemos estar saliendo beneficiados,
incluso haciendo algo justo dentro de un mundo injusto. Pues toma
complicidad para hacer de este mundo un lugar todavía más injusto. Y lo peor de todo es que aún sabiendo lo que pasa decidamos mirar hacia otro lado, es decir, que prefiramos pensar que hemos tratado con Robin y no con el sheriff.
Poco
podríamos hacer los autores para frenar eso. Hablamos de lucrarse a
toda “costa”, de una actitud muy propia de la cultura del
“pelotazo” que en España hunde sus raíces en la época del
Generalísimo. Al menos ahí estuvo en todo lo suyo (hoy día sólo hay una diferencia: que el especulador puede ser de izquierdas). La misma actitud que nos ha traído a esta crisis
económica nuestra, ni más ni menos. Es mi opinión personal, tan humilde como criticable.
Tampoco
los autores de libros electrónicos podemos hacer mucho respecto a
los fabricantes o distribuidores. Deberíamos ser los lectores
quienes alzáramos la voz para solicitarles aplicaciones de lectura
que reconozcan los formatos nativos de la competencia. En vez de eso,
muchos lectores ponen en el punto de mira a los autores. Al final
somos los eslabones más débiles los que nos peleamos entre nosotros
y salimos perjudicados. Nada nuevo bajo el sol.
Como
autor de un libro electrónico sí hay algo muy básico que puedo
hacer: mencionar que activé el DRM. De ese modo, el usuario de un
dispositivo no Kindle sabrá de antemano que probablemente tenga que
cambiarle el formato para poder leerlo en su dispositivo.
(Adenda: el 8 de marzo de 2013 retiré el DRM)
(Adenda: el 8 de marzo de 2013 retiré el DRM)
¿Por
qué no indiqué esto desde el principio? Simplemente por novato. Es
algo que voy a indicar a partir de ahora en mi apartado de Amazon,
(en la descripción de mi libro), en la página Presentación de
este blog, en mis cuentas de twitter y facebook, y en mi futura
página de Author Central de Amazon. Y lo voy a hacer aún sabiendo
que muchos lectores potenciales quizás no se compren mi novela si
ven que activé el DRM; que quizás prefieran descargarse una versión
pirata siguiendo ese extraño mecanismo mental según el cual nos da
por pensar que alguien nos quiere engañar, despertando en nuestro
interior la imperiosa necesidad de demostrar que somos más listos
que ese alguien.
Eso
no va a cambiar a menos que entendamos que un sistema paralelo no
sustituye o mejora al sistema vigente. Así que, para bien o para
mal, no está en mi mano ni acabar con el debate del DRM, ni con la
distribución no autorizada. Pero sí puedo aportar mi granito de
arena siendo 100 % honesto con los lectores. Lo que venga después de
eso es para mi una incógnita. ¿Otro mundo es posible?
Lecturas recomendadas:
Entrada actualizada el 13 de abril de 2013
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